Ahora todas las piezas encajaban. Esas “salidas” con las amigas, me enojaban mucho porque percibía que prefería salir con otras personas que conmigo. Disfrutaba como soltera. Yo, por mi trabajo, solía llegar a dormir, pero no era eso motivo para que no pudiéramos salir juntos alguno que otro fin de semana. Cuando lo llegamos a hacer, antes de nuestra hija, notaba que se aburría con mi compañía. Era eso. No me quería realmente.

Cuando se lo conté al abogado, él me sugirió solicitar una demanda de paternidad. El resultado, de ser verdad, que no fuera padre de Kari, automáticamente me liberaría de la responsabilidad de mantener a mi “hija”

No atinaba a saber cómo responder. Lo más fácil y conveniente para mí, sería solicitar esa prueba de paternidad. Imaginar que ya podría zafarme de esa mujer y de su ambición.

Pero había algo en mi interior, que no me dejaba en paz.

¿Y la niña? ¿Y mis sentimientos hacia ella? ¿Dónde quedaban?

Como estaba bloqueado para responder, decidí entrar a Google y buscar testimonios de hombres que habían descubierto que sus hijos en realidad no eran suyos. ¿Qué podrían decirme? Necesitaba desesperadamente encontrar una respuesta. Y quizás esos testimonios me la dieran. Pero fue peor, sus palabras de impotencia y desesperación no me estaban ayudando en nada.

A partir de allí —como soy creyente— le pedí a Dios que me diera una respuesta. E intentaba acallar las voces que parecían decirme lo tonto e ingenuo que había sido. Algunas de esas voces me exigían que me dejara de contemplaciones y supiera de una vez por todas, si Kari ¡era mi hija o no! Me partía en dos el alma, el simple hecho de pensarlo.

Y busqué la ayuda de un representante de una religión, quien luego de escucharme me dijo:

—Sal de dudas, solicita esa demanda de paternidad. Actúa ya.

Al escuchar ese consejo, pensé si no sería el consejo de alguien que nunca había tenido hijos. Puesto que no era tan fácil descubrir una verdad que, ya desde el inicio, marcaría una diferencia en mi relación con Kari. Desafortunadamente estaba afectándome por dentro.

Pero seguía viendo a mi hija, y cada vez mi corazón se sentía en conflicto. ¿Cómo esa mujer podría haberme hecho eso?

Los días pasaban con rapidez y el abogado me insistía en que debía dar el paso. Quitarme de una vez por todas la responsabilidad por algo que al parecer no me correspondería, al confirmar la verdad de esa no paternidad.

Pero nuevamente, en mi corazón, no había paz. Ninguna. Días y noches vivía considerando las dos posibilidades. Actuar o no.

Y busque otra opinión. Esa persona me dijo:

—Suelta ese coraje. Déjalo ir. Que tu decisión no venga del deseo de vengarte.

¡Vaya! Al menos alguien me estaba sugiriendo que liberara mi corazón antes de decidir nada.

Una noche ya cansado de cavilar, me relajé con una música suave. Mi terapeuta me había dado un audio para escucharlo antes de dormir. Ya estaba tan cansado de tanto pensar, esta vez simplemente me dejé guiar por la voz suave y dulce de mi terapeuta.

En la visualización que hice debía trabajar con una parte de mi infancia, pero en lugar de eso, se presentó frente a mi… Kari. Y así, sin más pude saber. ¡Cuánto la amaba! Mi hija me decía que no me fuera, que me quería mucho mientras de sus ojitos brotaban las lágrimas…

Repetía una y otra vez:

 —Por favor, papá, no me dejes… No te vayas… Papá…

Fui presa del llanto. Comencé primero a sollozar, temblando, y poco a poco el llanto, cual catarata que brota de un lugar desconocido, creció y creció hasta convertirse en un torrente lleno de dolor y arrepentimiento. No sé cuánto tiempo estuve así. Hasta que me cansé. Mantuve los ojos cerrados, sintiéndome tan relajado que dejé de luchar contra el sueño, y me dormí profundamente. No supe la hora en la que terminó el audio, ni la música de fondo.

Por la mañana, a pesar de un cierto dolor de cabeza, sentía una paz enorme. Al fin había encontrado la respuesta.

No necesitaba ninguna prueba de ADN, ni siquiera volver a pensar en lo que tantos amigos me habían sugerido. Sólo por ahorrarme el dinero.

No quiero ser algo que no soy. No quiero convertirme en alguien que he aborrecido, alguien que a cambio de dinero es capaz de hacer cualquier cosa, lo que sea.

El abogado se encargaría de arreglar lo de la pensión que Paola no merecía.

Si embargo, seguiría dando la pensión para que mi hija pudiera tener la protección y el amor de su verdadero padre.

Kari era mi hija y no podía fallarle. Ni a ella ni a mí mismo.

Me di cuenta de que a pesar de cometer tantos errores, había algo que jamás cambiaría. Mi amor por ella.