Colección de cuentos amor consciente

La tía Cruz era en realidad mi tía abuela. Ella fue una mujer muy bella. Desde muy joven y debido a su hermosa figura, solía atraer a infinidad de hombres, a quienes despreciaba.  ¿El motivo? Realmente nunca lo supe, pero su historia me impactó mucho, siendo niña.

A pesar de su desprecio hacia los hombres, se casó tres veces. Y las tres veces había enviudado.

Su primer marido era un oficial retirado de la Marina, a quien conoció siendo una adolescente, ella de diecisiete y él de casi cincuenta años. Al parecer, debido a la miseria en la que vivía al lado de una enorme familia, con ocho hermanos y una madre que había enviudado también, estaba harta de cuidar de los hermanos menores.

Cuando el Capitán de la Marina la miró esa primera vez en el mercado, no se detuvo hasta conseguirla a cambio de una generosa cantidad, que entregó a su madre y hermanos.

A partir de ese momento, la tía Cruz, hizo honor a su nombre.

El Capitán tenía la fea costumbre de tomarla como quien toma un objeto para saciar sus placeres. Ella se desconectaba de la realidad imaginando que estaba muy lejos de allí. A cambio, él le compraba algunas cosas, como ropa y de vez en cuando la llevaba a algún viaje. Sin embargo, fue sintiéndose usada como una muñeca a la que no se le pregunta si siente o necesita algo. Su marido falleció unos años después, al parecer de una pulmonía fulminante, dejándola con algo de dinero, pero no suficiente. Por desgracia, su difunto esposo había tenido tres matrimonios fallidos, y muchos hijos a los cuales dejar su herencia.

Tanto le afectó el que nadie la tomara en cuenta, que desde ese día se vistió de negro, como su corazón herido.

Al segundo marido de mi tía, se lo presentó una amiga de la infancia, quien viéndola tan joven y de luto, pensó que sería buena idea que no se quedara tan sola. Además, ella jamás regresaría a vivir a la casa paterna, pues sabía lo que le esperaba allí. Seguir cuidando de la prole. Debido a que su difunto marido no le había dejado herencia, y la tía no sabía hacer nada, si acaso labores hogareñas, supo que debía aprovechar la belleza que conservaba aún y aceptó la propuesta de matrimonio.

Pero este hombre bebía constantemente, dándole a la tía una vida terrible. Cuando estaba sobrio, parecía una buena persona. Hasta en ciertas ocasiones le decía que la quería. Pero cuando comenzaba a tomar, aparecía en él la otra cara de la moneda, convirtiéndolo en un hombre extremadamente celoso y posesivo. A tal grado que ella no podía salir a ningún lado sola. Ni con él. Porque cada vez que lo hacía, no faltaba algún desdichado, que tan sólo por mirarla, recibiera un par de golpes en plena cara. El tío no solamente era celoso y posesivo, sino violento cuando sospechaba que podía ser engañado.

La tía solía tararear una y otra vez la siguiente estrofa de una canción:

“Ay, qué suerte infeliz me tocó”. Solía cantarla cuando visitaba a sus dos hermanas, que eran las únicas a las que tenía permitido visitar, y eso acompañada de su marido.

Esa vida de infierno la hizo pasar de ser una hermosa joven a una mujer con el rostro cada vez más marchito. Pero su cuerpo ahora maduro, no perdía esas redondeces que eran su mayor atractivo, y a la vez su perdición.

Todos esos años al lado del “borracho”, como ella le decía a su marido, fueron endureciendo su corazón, dejando de lado el temor que le había tenido. El tío, al ser presa del demonio del alcohol, había dejado de ser aquel hombre tan violento, aunque seguía celándola de noche y de día. La tía Cruz parecía estar destinada a sufrir al lado de los hombres con los que se relacionaba. Ella no estaba consciente del odio que comenzaba a desarrollar, no sólo hacia su marido, sino hacia cualquier hombre que la mirase en la calle.

Ahora ya no se quedaba encerrada; mientras el tío se embriagaba y llegaba a perder el conocimiento dentro de la casa, ella se salía a la calle para olvidarse de la tragedia de su vida de casada. Como no tenía amigas ni vida social, se iba cada tarde a la iglesia. No era tan creyente, de hecho, no iba por eso a la iglesia, sino que era el único lugar donde sentía algo de paz, y no tenía que pagar nada por quedarse allí.

Si alguna vez la tía había sido creyente, ya no podía creer en Dios, por considerarlo injusto.

Llegar a su casa y encontrar a su marido tirado, en medio del caos que deja el alcoholismo, le había llenado cada vez más de ira y deseos de venganza. Pero ella no sería capaz de hacerle daño, conscientemente, claro. No era esa clase de persona. O eso quería creer.

Una tarde se había quedado de pie afuera de la iglesia, con la mirada perdida, tratando de encontrar algo que le diera fuerzas para continuar; cuando un hombre vestido de negro y con el cabello y la barba bien recortadas, se le acercó y le hizo plática.

Mi tía, cansada de su situación, esta vez contestó al saludo de aquel hombre, con la esperanza de desquitarse del borracho, y no tener que llegar a casa. Ya estaba harta.

Este hombre era viudo, según le dijo a la tía. Estaba de paso por la ciudad, y se quedaría toda la semana. Era vendedor de artículos para oficina. Al menos eso le dijo. A ella no le importaba lo que fuera. Lo que anhelaba, era no volver a su casa.

Le contó al hombre que había perdido su hogar, y que no tenía donde vivir. Lo cual era mentira por supuesto. El hombre pensó que era una mujer muy valiente al confesar algo así, dado que él era un desconocido. Y eso le agradó. A pesar del rostro cansado de la tía, quiso ver en ella a una mujer segura y atractiva.

Ofreció pagarle la noche en el pequeño hotel donde se hospedaría durante toda la semana. Quería ver hasta donde podría llegar. Sin embargo, ella sólo pensaba en deshacerse de ese matrimonio sin sentido.

Su plan no estaba bien definido, y hasta ese momento vio su oportunidad. Le dijo al hombre que antes debía pasar a su vieja casa, por una maleta y ropa. El hombre estuvo de acuerdo.

La acompañó al domicilio. Más no lo dejó entrar. Sabía que estaría el borracho. Y sí, lo encontró tirado en el suelo, pero no se movía. Se agachó a ver si todavía respiraba, pero al darse cuenta que no, decidió dejarlo allí, para no volver jamás.

En ese momento no supo qué pasó con el tío, porque ella se fue al hotel con el desconocido, y esta vez no dejó que él decidiera lo que haría.

Continuará en la siguiente edición…