Isis tuvo una infancia difícil. Sus padres peleaban todo el tiempo. Pero eso no era lo peor. Su hermano menor siempre fue el consentido de ambos, por lo que a Isis le parecía que no era la favorita de nadie.

Durante la adolescencia, solía sentirse inferior no sólo a su hermano, sino al resto de los compañeros. De hecho, el vacío que le dejaba, el saber que no ocupaba un lugar especial para nadie, la hacía sentirse rechazada constantemente. Ese sentimiento de vacío la acompañaría por el resto de su vida.

La situación empeoró cuando se decidió quién iría a la universidad. Claro que a su hermano le dieron todas las facilidades y privilegios. Y a Isis, mejor que estudiara cualquier cosa, para que no quedara como una burra.

Por si fuera poco, su hermano tenía una novia tras otra. A Isis le parecía que ella jamás tendría una pareja, ya que no tenía ningún atractivo físico. Así de mal se sentía.

Finalmente estudió algo técnico y entró a su primer empleo. Allí de nuevo se sintió fuera de lugar, y comenzó a usar una máscara. Sí, una máscara social. Tenía que encajar a como diera lugar.

Desarrolló una gran habilidad para hacer “sentir bien” a los demás. Y por supuesto que comenzó a tener muchas amistades. “Isis para aquí”, “Isis para acá”, es decir… En todas las reuniones de trabajo, organizaba los cumpleaños y festejos, dentro y fuera de la oficina.

Era muy “apreciada”, de hecho. Pero nadie sabía que, en el fondo, lo que más anhelaba era ser aceptada, reconocida, y desde luego amada.

Isis se esforzaba, tratando de quedar bien. Reía, aunque no quisiera, abrazaba sin ganas, escuchaba a los demás, sin poder contar su propia historia de desamor familiar…

  • Su historia de auto-rechazo.

En el trabajo por fin conoció a un obrero con poca instrucción, pero de buenos sentimientos. Al menos mostró interés en Isis, quien a su vez le prestaba toda su atención cada vez que él se quejaba de su jefe, o de algún tema personal.

Isis alguna vez se había enamorado de un compañero de oficina, pero él nunca se había fijado en ella. Por lo que confirmó que nunca se casaría ni sería amada por nadie.

Pero Irving, sí parecía tomarla en cuenta. Al menos para él, Isis no era invisible, pese a no haber estudiado en una escuela formal.

A escondidas de sus padres y compañeros de trabajo, Isis se relacionó con Irving. Y un buen día, decidieron casarse.

Por supuesto que, a los padres de Isis, les cayó como una bomba la noticia. Porque no esperaban que algún día alguien se fijara en ella…

Y así se lo hizo saber sobre todo su madre:

—¿Y quién es el valiente que se fijó en ti? —con esa mirada de desaprobación que tan bien conocía.

—Mamá, no me digas eso — contestó Isis, con las lágrimas que eran su eterna compañía.

—Ay, ya chocas con tus lagrimitas de telenovela…

—Se llama Irving.

Pero no quiso mencionar que era obrero.

Cuando los padres de Irving se presentaron en casa de Isis, ambos vestían ropa muy humilde. Al momento de interactuar, hubo un ambiente de hostilidad hacia esa familia, ya que los papás de Isis solían devaluar a las personas de estatus social menor.

Pero esta vez, no pudieron hacer que ella se echara para atrás.

Irving e Isis se casaron. Pero el padre de ella no quiso llevarla al altar. Se justificó diciendo que tenía que quedarse en un viaje de trabajo. Y su madre fue a regañadientes a la iglesia, disculpándose luego por no asistir al festejo, para los nuevos esposos, en la casa del novio.

Isis estaba resignada con su elección, porque a pesar de no creer merecer otra clase de hombre, le hubiera gustado alguien con, cuando menos, estudios formales. Pero ya qué le iba a hacer. ¡Al menos se había casado!

Como los dos trabajaban en el mismo lugar, pasaban todos los días juntos. Quizás eso fue haciendo que tuvieran fricciones constantes. Isis le preguntaba frecuentemente a su marido si la quería. Parecía no creérselo. Claro que a Irving comenzó a fastidiarle tanta insistencia.

El carácter de Irving no era fácil. En su entorno, los obreros como él, gustaban de hablar mal de las mujeres en general, pero sobre todo burlarse de los demás.

Y, aquí entre nosotros, la máscara de Isis le apretaba demasiado cuando estaba en casa.

Con un marido que le encantaba burlarse de las demás personas, comenzaba también a criticar y quejarse de quienes les rodeaban.

Isis anhelaba con todas sus fuerzas tener un hijo, o hija. Parecía que no iba a ser posible. Pero, un buen día… quedó embarazada. Y se sintió muy feliz.

Fue una niña, y la adoración de su papá. Cuando Isis reprendía a la pequeña Sara, su marido la acallaba y regañaba por ello… y le fue dando poder a la criatura.

Cuando Sarita ya era adolescente, se rebelaba a lo que decía la mamá, ya que su papá le dejaba hacer lo que le diera la gana. Irving solía dar a Isis lecciones de cómo debería portarse como madre.

El tiempo pasó, e Isis comenzó a sentirse nuevamente humillada e ignorada, pero no sólo por su esposo. También por su hija, quien era abiertamente grosera con ella.

Isis únicamente recibía críticas y humillaciones en su hogar, pero atenciones y halagos de sus amistades, con quienes se reunía con cierta frecuencia. Al menos así equilibraba una vida sin sentido y vacía.

Un mal día, sintió una pequeña protuberancia en uno de sus senos. Como no estaba acostumbrada a molestar o preocupar a los demás, guardó silencio. No dijo nada a nadie.

Con el paso de los meses, el dolor comenzó a crecer, igual que la bolita en su seno.

Un día cuando bañaba, al pasar el estropajo por su seno, brotó un líquido… y entonces se asustó. Le dijo a su marido que fueran al médico. Él le dijo que la llevaría un día de la semana.

Ese día llegó, pero a su marido no le gustaban las enfermedades, y entró sola al médico.

El médico la revisó y la envió con el oncólogo.

A partir de allí, comenzó su calvario.

No pasaron más que unos meses, y un día se desvaneció, luego de la quinta quimioterapia.

Entró en terapia intensiva.

Y por la tarde de ese día, murió.

¿Y sus amistades? Llenaron la funeraria, diciendo lo buena que había sido…

Irving, más que triste, lucía en estado de shock… Él no hubiera creído que Isis pudiera morirse…

Han pasado ocho años desde la muerte de Isis…

¿Y Sarita? Desde entonces no ha podido con la culpa.

Cada fin de semana, desde ese día llora ante la tumba de su madre… A quien le lleva hermosas flores rojas, como a ella le gustaban…