Esa tarde era el cumpleaños de nuestro hijo menor, a quien mi marido le había prometido un regalo maravilloso. Se lo llevó con él al centro comercial para entretenerlo, mientras yo me quedaba en casa, para recibir a algunos de los pequeños invitados a la fiesta.

Sin embargo, mi marido se fue, sin fijarse que había dejado abierta una sesión en su computadora.

Entré al estudio buscando unos globos, que tenía escondidos, para decorar la fiesta de nuestro hijo.

Miré, sin poner mucha atención en la pantalla, y alcancé a ver unos emoticones de corazones en uno de los mensajes. Me regresé y miré de nuevo.

En el momento de que leí lo que decía, sentí como si una daga atravesara mi corazón…

—Te amo, preciosa, no puedo esperar a verte mañana, voy a andar en el Centro Comercial con mi hijo. Alcánzame en la tienda de juguetes. Diré que eres una compañera de trabajo.

—¿Donde siempre?

—Sí, tontuela.

—Eres increíble. Pensé que nos veríamos mañana.

—No puedo vivir un día más sin ti.

Mi corazón estaba por estallar. Entré en shock. Como cuando alguien te da la noticia de la muerte repentina de un ser querido.

Durante unos minutos no supe reaccionar, eran tantas las ideas que venían a mi mente, que pasaba de un sentimiento a otro. Sabía que no podía decir nada. Era el cumpleaños de mi hijo. No arruinaría su día. Pero mi marido acababa de arruinar mi vida.

Aún me pregunto, ¿Cómo pude fingir toda la tarde para que nuestro hijo no se diera cuenta? Sin embargo, lo conseguí. Mi hijo estuvo muy feliz.

La mujer con la que se había enredado era una clienta con la que a veces tenía que verse, porque mi marido es abogado. Le llevaba varios asuntos. Realmente no sabía si esta relación era reciente o ya tenía tiempo con ella. Pero igual dolía.

Esa noche, no pude más y le reclamé. Y como suelen hacer los hombres, cuando se ven descubiertos, se enfureció por andar metiéndome en sus cosas. En su privacidad. Actuó como si yo estuviera loca. Me ofendió, diciendo ¡cómo me atrevía a dudar de él! Que no era cierto. Lo que yo había leído era un mensaje para su socio, porque su celular se había quedado sin batería.

¿Y lo del centro comercial? ¿También su socio iba a ir ese día con su hijo? Le grité.

Cuando se levantó furioso de nuestra cama para salirse a la calle sin decirme a donde iría, pensé que era cierto. ¡Mi esposo me estaba engañando!

Esa noche lloré como una loca. Le llamé varias veces al celular. Pero lo traía apagado.

Intenté revisar nuevamente su computadora. ¡Se la había llevado! Lloré como si se hubiera muerto alguien.

Sí… ¡YO!

No regresó. En otras ocasiones, cuando nos peleábamos, y él no quería hablar de un tema, se iba a algún hotel. Decía que para pensar y no pelear. Pero ahora yo dudaba si lo hacía por eso, o para encontrarse con otra.

Nuestro matrimonio parecía más o menos normal. Pero no lo era. Era un hombre que no sabía reconocer sus errores. Y yo no podía quedarme callada.

Por la mañana, escuché cómo llegaba en su camioneta para recoger a nuestro hijo. Entró a la sala, y desde allí le gritó que era hora de irse. A mí ni siquiera me habló. Yo lo conocía bien. Era muy orgulloso. No aceptaría nada.

Cuando bajé, ya se iban. Me despedí del niño. Y él, me ignoró.

Fue desgastante esperar toda la mañana, para gritarle lo que yo quería decirle. ¡Deseaba tanto insultarlo! Y por supuesto saber quién era realmente esa mujer.

Pero no podía hacerlo. Al menos no por ahora. Era mi responsabilidad recoger a nuestro hijo a la hora de salida del colegio. Y mantenerme más o menos ecuánime. No quería herirlo.

Pero las huellas de haber llorado me marcaron ese día. Mi hijo me preguntó al verme:

—Mamá, ¿te pasa algo?

—No, hijito. Todo está bien

—¿Te peleaste otra vez con mi papá?

En ese momento pude ver lo mal que andaba nuestra relación desde hacía tiempo.

Mi marido llegó tarde por la noche. Se quedó a dormir en la habitación para las visitas, en la planta baja. Pero no me pude contener. Y bajé.

—Eres un desvergonzado —Le dije, llena de dolor y coraje.

—¡Cállate, estás loca! ¡Vas a despertar al niño!

—No estoy loca. Muéstrame tu celular.

—No. Es mi privacidad. Y si no te gusta, pues hazle como quieras.

Hice lo que no debía hacer. Intentar arrebatárselo.

Y él me dio un empujón. Me caí al suelo. Y comencé a llorar desquiciadamente…

Entonces de nuevo tomó las llaves de su camioneta y salió dando un portazo.

Otra noche sin dormir.

Cada día era algo parecido. Yo queriendo decir lo que sentía. El haciéndome sentir culpable, como si yo fuera la que estuviera mal.

No trabajo fuera de casa. Sin embargo, en otra época le había ayudado como una especie de secretaria asistente. De eso hacía ocho años. Dejé de trabajar cuando supe que estaba embarazada. Deseaba salirme de casa, pero no podía. La casa era mi patrimonio y el de mi hijo.

Cada día, lo escuchaba hablando en voz baja con la otra, pero seguía negándolo. Era un verdadero tormento para mí.

No quise que mi familia se enterara de nuestra situación. Ellos me dirían que lo dejara. Si los involucraba, tomarían partido por mí. Y no estaba segura de qué iba a pasar finalmente.

No le daría ese gusto a esa otra mujer.

Investigué el domicilio. Y fui a buscarla para insultarla. Pero no esperaba que él estuviera con ella, a media mañana. Escuché sus risas. Era como si se burlaran de mí.

Nunca me imaginé reaccionar como he visto en las telenovelas. Como una loca.

Comencé a gritar todas las ofensas que pude. Palabras terribles salían de mi boca. Pegaba en la puerta del departamento y lloraba a la vez.

Pero él no salió. Las voces callaron.

Estuve allí, haciendo ese espectáculo. No me importaba que me vieran. Realmente quería pegarles.

Después de un rato. Me di cuenta de lo mal que estaba. Me subí a al coche. Llorando aún.

Manejé como una zombi. Me olvidé de que era hora de pasar por mi hijo.

Estaba dando de vueltas.  Me llamaron de la escuela. No podían esperarme más.

Me dirigí a la primaria. Y llegué por él.

Mi hijo volvió a preguntarme:

—¿Mami? ¿Lloraste?

Esta vez no pude contenerme.

—Sí, mi amor, mamá está muy triste…

Y lo abracé.

—¿Es por mi papá?

—No, hijito, estoy muy triste por cosas de mayores.

—Mami, yo voy a trabajar muy duro para que vivamos los dos solos…

En ese momento comprendí que ninguna casa era tan importante. Mi tranquilidad y salud mental sí lo eran.

Sabía que, si me iba, él no me daría nada. Era un hombre que podía ser muy orgulloso y vengativo.

Tenía que salir de ese círculo vicioso. De quedarme, me volvería loca. Él me hacía dudar de lo que era evidente.

¿Hasta dónde debía pelear por ese patrimonio? Era abogado y conocía muy bien las leyes. Creo que hasta ese momento descubrí que no me amaba.

Y yo estaba perdiéndome en un mar de confusión y dolor.

CONTINUARA EN LA SIGUIENTE EDICION

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