No los discursos largos, no las promesas eternas, sino ese gesto mínimo que llega sin ruido, como un «te amo» inesperado o una risa compartida en medio del cansancio.
Hay personas que no te salvan con grandes actos sino con su presencia suave cuando el mundo se cae.
Que no resuelven tus tormentas, pero se quedan a mirarlas contigo sin huir.
La ternura es ese lenguaje secreto que no exige, no hiere, no impone.
Solo aparece, respira y abraza.
Y muchas veces, es todo lo que necesitamos para seguir creyendo que vale la pena seguir… incluso cuando el alma tiembla.