Yo solo quería un globo
Colección de cuentos del Club Amor Consciente
Esta es la historia de Tito, un niño de 10 años que vivía con sus padres y sus 5 hermanos.
Una tarde de hace muchos años, Tito salió a comer mariscos, con su familia. Su papá los había llevado en esta ocasión, lo cual era poco frecuente. Se acomodaron todos en una mesa grande, ya que eran 8 de familia.
Luego de pasados unos minutos, su papá que no era nada paciente ni tolerante, comenzó a gritarle muy feo al mesero y ordenar con voz como de trueno, un platillo grande para ser compartido, y dos jarras con agua de limón para todos.
Imagínate que su papá cuando se enojaba, a veces les pegaba a él y a sus 5 hermanos, casi por cualquier cosa. Tito vio como sus hermanitos se encogían ante tal escena. Por supuesto que ninguno de ellos, hizo ruido mientras esperaban la comida, para no molestar. Tito apretaba fuertemente sus manos. De esa forma controlaba un poco sus nervios.
Justo en aquel momento pasó un globero, quien sonaba con fuerza su silbatito, ese con el que los globeros llaman la atención de los niños.
Tito quería un globo, pero las palabras no salían de su boca, sentía como un nudo en la garganta
En un instante, el nudo se aflojó un poco y dijo:
-Papá… ¿Me puedes comprar un juguetito barato y pequeñito?
Tito cerró los ojos, imaginó que, en lugar del juguetito, recibiría un manotazo, sabía que a su papá lo enojaba muchísimo que le pidieran cosas, cuando salían a la calle.
Pero esta vez…no fue así…
Al parecer la mamá de los niños convenció a su marido, y el papá dejó que pidieran algo.
Cuando Tito abrió los ojos miró sorprendido como uno de sus hermanos pidió ¡un globo color amarillo, el otro un globo con un dibujo de un personaje de una caricatura, el otro se atrevió a pedir uno como cochecito con ruedas!
Tito quería pedir también ¡un globo de verdad! Y cambiar ese juguete barato y pequeñito, que había pedido tan lleno de temor.
Levantó un poco su mano izquierda para intentar llamar la atención de su papá, pero sintió de nuevo un nudo en la garganta, y ya no pudo hablar. No quería cometer un error que afectara a todos los demás. Mucho menos que su papá se enojara de nuevo. Tragó saliva y cerró los ojos de nuevo.
Todos sus hermanos volvieron a casa felices, menos él, que fue incapaz de pedir lo que realmente quería.
Pasaron muchos años y Tito se convirtió en un hombre de oficina. Todo un empleado de una gran compañía. Con su traje negro se daba su importancia. Se sentaba en una banca en un parque cercano al trabajo. Le gustaba ir allí, casi todos los días. Se quedaba un buen rato para no llegar a su casa, ya que nadie lo esperaba.
Ya bastante difícil era tener un trabajo que no le gustaba nada.
Una tarde que miraba pasar a las personas, detuvo su vista en un globero que pasó junto a un hombre de mirada severa, que llevaba de la mano a un niño pequeño. Por un instante el niño jaló de su pantalón y señalaba un globo…
El hombre tardó un poco en reaccionar, para finalmente comprar al niño, el ansiado globo. El niño hizo una enorme sonrisa.
Entonces Tito se levantó y se dirigió a su casa.
Dieron las 3 de la mañana, y Tito no podía dormir, daba de vueltas y vueltas en la cama.
Esos recuerdos no lo dejaban en paz…
Volvía a sentir de nuevo un nudo en la garganta
Se incorporó de golpe porque sentía que se ahogaba
y comenzó a llorar y siguió llorando, más y más fuerte.
Sollozaba tan fuerte que le dolía el estómago.
Lloró tanto, que sintió que se relajaba la tensión.
Supo muy bien, lo que tenía que hacer.
Y se quedó profundamente dormido.
A las 7 de la noche del día siguiente, Tito, ahora el hombre de oficina, había salido más tarde de su trabajo y tuvo que correr para alcanzar al globero, que ya se iba del parque.
Mientras corría -con lágrimas en los ojos- se decía a si mismo “Aquí estamos de nuevo Tito, puedes cambiar de parecer y agarrar un globo, si eso es lo que realmente quieres”
Puedes elegir lo que te mereces…
¿Quieren saber si alcanzó al globero?
Si… finalmente compró el globo. O quizás debiera decir, compró el globo a su pequeño Tito.
Reflexión:
Los adultos no somos conscientes de cómo afectamos la vida adulta de nuestros niños.
Tito no aprendió a saber que podía elegir lo que quería. Lo que merecía. Se resignó a no tener una pareja que amara, ya que solía relacionarse con mujeres que en el fondo no le gustaban. Por ello, no se había casado. Y que decir del trabajo como oficinista, no dejaba de ser un empleado más, sin saber a ciencia cierta cuál era su verdadera vocación.
Hasta ese día en el parque. Ahora había entendido que, si no le había tocado un padre que lo alentara a ser el mismo y a valorarse, podía atreverse a ser el padre que le hubiera gustado tener.
¡El padre del niño que alguna vez fue!