Agnes Gonxha Bojaxhiu, la Madre Teresa de Calcuta, decía que había que encontrar lo extraordinario en las cosas ordinarias. El milagro en el día a día.
Descubrir en las cosas pequeñas la gran felicidad que entrañan es el reto y la magia reside en la capacidad de asombro que no debemos de perder, pase lo que pase. A menudo, solemos pensar que estar felices es como un estado deseado que se logra a través de grandes logros: un trabajo soñado, un amor perfecto, un viaje extraordinario. Sin embargo, también está en las pequeñas cosas de la vida cotidiana.
Comer con la familia, una tarde tranquila de películas y palomitas en casa, un atardecer hermoso o, bien, un silencio compartido con una copa de vino. Eso es la felicidad que tanto hemos buscado en eventos sociales, grandes viajes o lujosas compras.
Narra la leyenda que cuando se estaba creando el mundo, los encargados de ello no sabían dónde poner la felicidad. Pensaron en el fondo del mar, pero sabían que el hombre aprendería a bucear y la encontraría. También en lo más alto de una montaña, más sabían que el ser humano no se daría por vencido y escalaría sin parar hasta encontrarla. ¿Dónde ponerla que no le hagamos fácil su descubrimiento? ¿Cómo complicárselo de modo que verdaderamente la aprecie? Entonces alguien sugirió: pongámosela en el interior del hombre, colgada a su cuello, atada a un cordón cerca del pecho. Ahí no se le ocurrirá buscarla nunca. Y en efecto, desde entonces, la buscamos fuera de nosotros y olvidamos que el regalo está en lo más cotidiano de la vida.
De lo que extrañamos y lo que nos duele
En el trabajo tanatológico vemos el dolor de las personas ante la ausencia de un ser querido. No es verdad que el sufrimiento crezca en Navidad o en fechas especiales; la ausencia duele todos los días. En especial los fines de semana. En la intimidad de una vida familiar que se queda en casa los domingos, comiendo juntos y prefiriendo no salir para descansar acompañados. Ahí, en un sábado cualquiera, te cae la ausencia de lleno.
Los dolientes refieren que lo que más se extraña es lo más sencillo, las pequeñas cosas de las que está hecha una vida. Darle las buenas noches a quien amas, escuchar su risa, que haya ruido en casa y se comparta el ir de compras o los quehaceres domésticos.
¿Y si hoy fuera el último día de tu vida?
¿Escogerías pasarlo de safari por África o echándote de paracaídas? ¿O mejor preferirías una comida en casa con toda la familia, tu música favorita, tus platillos especiales y un gran atardecer? Esos gestos dice Joan Manuel Serrat: “Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un papel o en un cajón. Como un ladrón te acecha atrás de la puerta, te tiene tan a su merced…”.
La felicidad del amanecer o la alegría del atardecer
El más fino de todos los sucesos ocurre todos los días con la salida y la puesta del sol. Seguro tú tienes tu favorito, o amas ver el mar o el bosque, o simplemente un campo florido. A veces tenemos que salir del concreto y los edificios para reconciliarnos con la vida y retomar esperanza. Hazlo, desplázate al lugar más hermoso y cercano que tengas que te permita ver la naturaleza y maravillarte con la impecable fila de hormigas que se forma en un minuto si tiras unas cuantas migajas de pan. Respeta su laboriosidad, su orden y su obediencia. Nota como vuela una mariposa sin cesar, sin descansar sobre su flor favorita. Date cuenta de su fuerza enorme en su gramaje de peso ínfimo.
En fin, abre los ojos. No permitas que la vida se te escape corriendo tras las cosas que crees que te harán feliz como una talla de ropa en específico, una bolsa de alguna marca, o un viaje que compartir en Instagram. Atrapa y atesora cada momento como si fuera el último, con la filosofía de Mindfulness para aprovechar el aquí y el ahora.
Fuente: vanidades.com