LO ESTABA ESPERANDO. Primera parte de 3
Cecilia era una joven que tenía una vida sencilla, pero no por eso aburrida, o sin sentido. Vivía en una vecindad junto con su madre viuda. A Cecilia no le avergonzaba su condición humilde porque era muy pulcra y diligente. Había estudiado para secretaria y desde muy jovencita jamás le había faltado trabajo. Su jefe actual y los anteriores le tenían en alta estima.
Su madre era una buena mujer, muy sacrificada y hasta devota de sus labores como empleada, en aquella escuela secundaria donde hacia funciones de todo tipo; mujer confiable que además era muy apreciada por sus compañeros, y hasta por la dueña.
En cuanto a Ceci, era bastante amiguera, contaba con muchos amigos varones, más que amigas, dado que era sencilla en su trato y servicial con cualquiera que tuviera un problema o alguna necesidad, del tipo que fuera.
Galanes, admiradores y novios nunca le faltaron. Su carácter amable y divertido la hacían una mujer muy agradable, y aunque físicamente no era muy guapa, tenía su propio atractivo. Solía participar, además, cada sábado en las actividades como scout, y nuevamente por su forma de ser, sus niños, como cariñosamente les llamaba, la querían muchísimo.
A Ceci le encantaba viajar, lo había conseguido gracias a la Organización Scout, incluso salir del país, a Canadá y Estados Unidos.
Platicaba muy sabroso, es decir, contaba infinidad de anécdotas divertidas y muy interesantes. Su vida era maravillosa, vamos.
Cecilia fue una hermana para mí.
Este cuento se lo he dedicado a ella. Si pudiera verla personalmente, sé que lo agradecería y sonreiríamos juntas.
Pero bueno, sigo contando.
A ella no se le acababan las actividades laborales y sociales. Solía tener infinidad de conocidos, prácticamente en todas partes. Era una especie de embajadora entre sus amistades, ya que cuando alguien necesitaba una recomendación acerca de algún servicio o producto, mi prima se las arreglaba para sugerirle tal o cual cosa o persona.
Vivía en una ciudad algo remota de mi lugar de origen, pero eso no impedía que nos mantuviéramos en constante comunicación, aun en una época en que no existía los celulares.
Cada cumpleaños mío, recibía, si no una llamada telefónica, un hermoso regalo que llegaba a través del correo.
Yo la admiraba y adoraba como a una heroína. Me encantaba escuchar sus anécdotas y consejos que me daba a mí, quien era como su hermanita menor. Ceci tenía seis años más que yo.
Recuerdo como anécdota curiosa que a mis catorce años se estrenó la película “Fiebre del Sábado por la noche”, con John Travolta, en todas las salas del cine mexicano; y Cecilia me invitó a verla. Ella entonces contaba con veinte años. Al llegar a la entrada, me preguntaron mi edad, porque no dejaban entrar a menores de edad. Cuando preguntamos, ¿por qué? Nos contestaron que, porque tenía escenas fuertes, de contenido sexual.
Mi prima que era una maestra en el arte de persuadir a las personas convenció al empleado que vendía los boletos de que yo era mayor, y por supuesto nos dejaron pasar.
La escena más fuerte —por la que no me dejarían entrar— era porque el protagonista, ¡salía únicamente con trusa! Hoy no es para nada un impedimento, para ningún adolescente.
¡Cuántas veces disfrutamos juntas de momentos maravillosos! Ella era un ser humano excepcional. Como pocos.
Durante las vacaciones de verano viajaba con mi familia, a la bella ciudad de San Luis, y mi prima, apenas llegábamos allí, ya estaba esperándome.
¡Y claro! Me fue presentando a sus amigos y alguno que otro novio. A mis quince años ella me llevó a una discoteca por primera vez; Ceci tenía entonces veintiuno. Me arreglé y llegamos al lugar. Me presentó con sus amigos, y uno de ellos me sacó a bailar de inmediato. Como nunca había salido sola a una discoteca, bueno, ni acompañada, me sentí muy rara. Él tomaba mis manos mientras bailábamos, y me pareció que yo le había gustado. Tenía veintidós años, según me dijo. Yo me asusté… le dije a Cecilia que me quería hacer algo. Ja, ja… mi prima sonrió suavemente y agregó:
—¿Quieres que te lleve a casa?
—Si, por favor.
Se despidió de sus amigos y volvimos a casa de mi tía Elisa, su mamá. Allí me quedaba cuando salíamos a pasear y llegábamos tarde.
Continuara en la próxima edición